Nuestro amado Salvador pagó la deuda en la cruz. Su sacrificio es el que nos libra de la condenación eterna.
El teólogo y escritor, Timothy Keller, citaba con preocupación que, en el 2003, un grupo de investigación descubrió que el 64% de los estadounidenses esperan ir al cielo cuando mueran, pero menos del 1% piensa que podrían ir al infierno.
No solo hay muchas personas hoy en día que no creen en la enseñanza de la Biblia sobre el castigo eterno. Incluso aquellos que sí creen en él lo encuentran un concepto irreal y remoto. Sin embargo, es una parte muy importante de la fe cristiana por varias razones.
La realidad de la eternidad con Cristo o la perdición eterna, es algo que debemos enfrentar en algún momento y a lo que se refirió el Señor Jesús:
“Entonces dirá también a los de Su izquierda: “Apártense de Mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; 43 fui extranjero, y no me recibieron; estaba desnudo, y no me vistieron; enfermo, y en la cárcel, y no me visitaron”. Entonces ellos también responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o como extranjero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?”. Él entonces les responderá: “En verdad les digo que en cuanto ustedes no lo hicieron a uno de los más pequeños de estos, tampoco a Mí lo hicieron”. Estos irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna».” (Mateo 25: 40-46 | NBLA)
No basta con llamarse cristiano, es necesario vivir la fe. Y el primer paso, es apropiarnos de la gracia de Dios. Arrepentirnos de nuestros pecados y reconocer que, recibimos perdón y vida eterna, no por merecimientos propios ni por nuestras buenas obras, sino por la obra redentora del Señor Jesús en la cruz.
Timothy Keller señala que no debemos desestimar la realidad del infierno:
«La imagen del gehenna y los gusanos significa descomposición. Una vez que un cuerpo está muerto, pierde su belleza, su fuerza, y su coherencia. Comienza a romperse en sus partes constituyentes, apestar, y desintegrarse. Entonces, ¿qué es un alma humana “destrozada”? No deja de existir, sino que se vuelve completamente incapaz de todas las cosas para las que un alma humana es: razonar, sentir, elegir, y dar o recibir amor o alegría. ¿Por qué? Porque el alma humana fue construida para adorar y disfrutar al verdadero Dios, y toda la vida verdaderamente humana fluye de eso. Queremos alejarnos de Dios, pero, como hemos visto, esto es lo más destructivo para nosotros. Destruye tu capacidad de elegir, amar, y disfrutar. El pecado también te produce ceguera: cuanto más rechazas la verdad acerca de Dios, más incapaz eres de percibir cualquier verdad sobre ti o sobre el mundo.»
Satanás le ha venido al mundo la idea de que el infierno no existe o que es una metáfora. Sin embargo, la Biblia nos enseña que es real y, a menos que nos arrepintamos de los pecados y nos apropiemos de la gracia de Dios, iremos allá.
¿CÓMO ESCAPAR DEL INFIERNO?
¿Qué es el infierno, entonces? Es Dios entregándonos activamente a lo que hemos elegido libremente: seguir nuestro propio camino, ser nuestro propio “amo de nuestro destino, el capitán de nuestra alma”, para alejarnos de Él y su control. Es Dios desterrándonos a regiones a las que hemos tratado desesperadamente de llegar todas nuestras vidas.
El escritor y teólogo canadiense, James Innell Packer, escribió:
“Las Escrituras ven el infierno como elegido por las personas… aparece como el gesto de Dios de respeto por la elección humana. Todos reciben lo que realmente eligieron, ya sea estar con Dios para siempre, adorándolo, o sin Dios para siempre, adorándose a sí mismos” (Citado en Teología Concisa para todos)
Quizá se pregunte: ¿Es posible escapar del infierno? Por supuesto que sí. ¿De qué manera? Insistimos, apropiándonos de la gracia perdonadora de Dios.
El teólogo contemporáneo, Miguel Núñez, hace una valiosa aportación cuando escribe:
“… la gracia y la misericordia de Dios obraron desde la eternidad pasada para que personas condenadas por su pecado, pudieran recibir salvación por medio de Aquél que –no conociendo pecado–, fue hecho pecado por nosotros para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él. Una vez que el pecador redimido entienda que él ha sido trasladado de las tinieblas a Su luz admirable por pura gracia, no podrá hacer otra cosa que asombrarse de que tal misericordia sea inherente al carácter justo del Dios creador.”
Jesucristo pagó en la cruz por todos los pecados que nos condenaban por la eternidad. Su sangre vertida en la cruz nos limpió de toda maldad. No importa hasta qué nivel haya nuestro grado de pecaminosidad. Jesús nos redimió y nos hizo santos y justos delante del Padre. Nadie más podría haberlo hecho.
La decisión está en sus manos. Dios no obliga a nadie. Cada quien determina dónde quiere pasar la eternidad: con Dios o en el infierno.
Hoy es el día para tomar la decisión más importante de toda su existencia: ábrale las puertas de su corazón a Jesús. Él le ofrece una nueva oportunidad y la eternidad a Su lado.
© Fernando Alexis Jiménez | @VidaNuevaCo